Mario se levantó y miró a su
alrededor con evidente malestar, provocado sin lugar a dudas por la tremenda
borrachera que había sufrido la pasada noche.
- Tengo que dejar de beber de esa
forma cada vez que salgo de fiesta, pensó para sí mismo.
La noche anterior había resultado
muy extraña. Recordaba haber estado con una mujer, y juraría para sí mismo cómo
había subido a ese piso, que tenía alquilado desde hacía diez meses, y del que
ya debía cuatro pagos a su casero, acompañado. - Serán imaginaciones mías, dijo
en voz alta.
Sin embargo, pronto descubriría
que en efecto alguien había subido a ese piso con él la noche anterior. Tras
necesitar de unos momentos para levantarse de la cama, en un intento por
parecer una persona normal fue al baño y se lavó como buenamente pudo. La
sorpresa llegaría al cruzar el umbral hacia el salón, cuando ante sus ojos
aparecía aquella habitación, que ya de por sí normalmente no se encontraba muy
ordenada, hecha una auténtica piltrafa. Los libros, lo único que habitualmente
se podía vislumbrar fácilmente al entrar en la casa, se veían esparcidos por
todos los rincones de aquel salón, así, la estantería estaba prácticamente
vacía, todo lo que se guardaba en ella (alguna foto, los mencionados libros,
una mediana colección de CDs de la que hacía gala siempre que podía...) se
hallaba en esos momentos en el suelo, completamente desperdigado. Aquello,
desde luego, no entraba en los pensamientos de nuestro protagonista como parte
de una noche salvaje.
Poco a poco iban llegando a su
cabeza pequeños flashbacks en los que se mostraba parte de lo que había
ocurrido la noche anterior. Se sentó en el sofá (la única pieza del mobiliario
que no había sido alterada) y se propuso hacer un esfuerzo para intentar
recordar qué había pasado esa última noche.
- Conocí a aquella mujer en el bar donde me
estaba tomando unas copas esperando a Carlos y Alberto - Repetía en voz alta
después de que los recuerdos fuesen pasando por su cabeza -. Era una chica muy
guapa y aparentemente estaba sola en la barra, aunque por su lenguaje corporal
se deducía que podía estar esperando a alguien. Aún así, me acerqué. Recuerdo
tener una conversación agradable, en efecto estaba esperando a unas amigas, que
finalmente la dejarían plantada. Lo único que mi mente puede evocar después de
la escena del bar es estar subiendo completamente bebidos a mi apartamento.
A la vez que intentaba realizar
el esfuerzo necesario para acordarse de todo lo posible y encontrar
explicaciones razonables al estado de la casa, se paseaba frenéticamente por la
cocina, el salón y su dormitorio, hasta que se dio cuenta de que el sobre donde
tenía guardado el dinero para pagar lo que debía a su casero de una vez por
todas había desaparecido.
- Joder, quien me mandará traer a desconocidas
- maldijo.
En ese sobre había tres mil euros, lo suficiente para pagar lo que debía del alquiler e intentar comprarse un coche de segunda mano, que necesitaba desesperadamente si quería encontrar trabajo y dejar de llevar esa vida de holgazanería.
En ese sobre había tres mil euros, lo suficiente para pagar lo que debía del alquiler e intentar comprarse un coche de segunda mano, que necesitaba desesperadamente si quería encontrar trabajo y dejar de llevar esa vida de holgazanería.
Estaba bien jodido, ese dinero se
lo había prestado su amigo Carlos para sacarle del apuro, y ahora se encontraba
en un agujero del que difícilmente saldría.
En ese momento se metió por
primera vez las manos al bolsillo del pantalón utilizado la noche anterior y
vio un número de teléfono y una dirección.
- Bueno, creo que antes de tenérmelas con el
casero, no pierdo nada yendo a esta dirección para saber si esa mujer era más
tonta de lo que parecía - se dijo a sí mismo.
La verdad era que ni siquiera
recordaba el nombre de la dichosa mujer, pero su cabeza le decía que tenía que
agotar todas las vías posibles antes de que esa persona bajita y con nariz de
águila le diese la definitiva patada de su casa. De esta forma, se dispuso a salir de allí en busca de respuestas.